jueves, 11 de junio de 2009

Ese olor a guayaba...




Le despertó un olor a guayaba. Se quedó en cama recordando si había comprado esa fruta en días pasados. No, no tenía guayaba en casa, ¿de dónde venía el olor entonces?. Aún viendo el techo decidió levantarse con la pesadez de la madrugada a cuestas, con apenas unos rayos de luna inmiscuyéndose por las rendijas de las cortinas que le mostraban el camino a la cocina.
Husmeó por los trastes y el refrigerador, el olor era más intenso, pero ni rastros de las bolas amarillas con semillas. Desistió de la búsqueda pensando que el sueño le jugaba una mala treta.
Sus pies descalzos pisaron algo húmedo y terso, eran boronas de pan. Desperdigados en todo el piso había trozos completos de pan blanco, con rasgos evidentes de desesperación al romperlos y marcas de garras en la bolsa de plástico.
Extrañada por tal acontecimiento se acercó para observar detalladamente las huellas en los pedazos sobrantes, su estómago empezó a sentir una especie de angustia singular por lo desconocido.
Un ruido la sacó de su absorta fijación, se enderezó con un sobresalto, era evidente que “algo” caminaba en la otra habitación. El olor a guayaba se intensificó en sus fosas nasales mientras la oscuridad formaba cientos de sombras al final de su mirada. Se acercó lentamente sintiendo un nervio que no la dejaba apoyar bien sus pies, sus manos temblaban y su mirada se forzaba por encontrar algo entre la poca luz “lunar” que apenas se divisaba.
Una sombra llamó inmediatamente su atención, cruzo pequeña pero ágil por debajo de las sillas que le sirvieron de resguardo.
Encendió la luz, y se asomó bajo la mesa para descubrirlo...
Ahí estaba, negro, enorme, sentado con las patas delanteras entre las traseras dejando ver su enorme abdomen color blanco, viéndola directamente a los ojos.
Este gato no se inmutó en lo absoluto de su presencia, ni de la luz apenas encendida, la observó con una altanería casi insultante, con una mirada retadora y penetrante que dejaba ver su poco miedo y sus pocas ganas de irse. Levantó su pezuña izquierda, la lamió sin angustia alguna, su hocico tenía pequeñas semillas de guayaba y sus patas pan blanco, aún así no dejaba de observarla.
Se levantó y cruzó frente a ella caminando erguido, casi burlándose de su opositora, mostrando su pelaje sucio y áspero, se dejó ir hasta la ventana, no sin antes voltear y a punto de lanzarse fuera de la casa le mostró los dientes alzando su espalda y erizando su pelambre.
Se fue y dejó en la habitación una sensación de derrota.
Ella tardó en recuperarse, cerró la ventana, regresó a su cama, se tapó de nuevo y empezó a acomodar su cuerpo entre las cobijas. Algo encontraron sus manos, eran semillas, semillas pequeñas, las llevó a su nariz y un lastimero perdurable y fuerte olor a dulce de fruta le llegó hasta la garganta, un olor que evidentemente era de Guayaba.

4 comentarios:

marichuy dijo...

Muuuy bueno, Ana

El gato había estado en su cama y ella... ni cuenta se dio.

El olor de la guayaba es embriagante; me recuerda mi niñez allá en mi pueblo (mi abuela tenía un guayabo enorme en el centro del patio, era de guayabas con pulpa rosa, las más exquisitas).

Saludos

Patricia dijo...

jajaja canijo gato conchundo, me imagino la cara de los tres y más el grito, jajajaja que risa, que bueno que lo subiste amiga

Ana A. dijo...

Marichuy,
Si, la guayaba es casi adictiva jajajaja, ¿de dónde eres?, ¿un guayabo en el centro del patio?, ¿cómo la casa de Ursula en Macondo?, no recuerdo que fuera un guayabo, pero de que tenía un árbol en medio lo tenia.


saludos.

Pd. El gato se metió a mi casa, y "ella" soy yo...

Ana A. dijo...

Amiga,
Lo hubieras visto al cabr... parecía que nos hacía un favor con venir a robarnos el pan...